NORMALISMO ¿CUÁNDO EXTRAVIAMOS EL RUMBO?
Comunidad NORMAL SUPERIOR MÉXICO pone a consideración de los normalistas las reflexiones del Dr. Octavio Rodríguez Araujo, escritor prolífico y conferenciante en prácticamente todas las universidades públicas del país, el Maestro de la UNAM es considerado uno de los mejores politólogos del país. El punto de vista que expone en este breve artículo atañe también a las instituciones formadoras de docentes como la UPN, los CAM y no sólo a las escuelas normales de todo el país. También nosotros debemos responder en qué momento perdimos el rumbo y nos dejamos embarcar en la “educación por competencias” tan lejana a la ciencia y a la pedagogía; o en la práctica pedagógica “apolítica” que declaran algunos docentes extraviados en las escuelas normales y que tan bien vista es por las autoridades al desmovilizar la respuesta necesaria de la comunidad critica. Con este artículo iniciamos una pequeña serie de exponentes universitarios.
SER Y QUEHACER DE LA UNIVERSIDAD
(CIENCIA, PODER, ETICIDAD)
Comentarios al libro de FRANCISCO PIÑÓN, (UAM-I, MÉXICO, 2009)
Octavio Rodríguez Araujo
¿Cuál es la función de la universidad? ¿Cuál su función? Son dos preguntas que se hace Francisco Piñón en su libro y que responde mediante varias reflexiones manejadas con maestría y profundidad.
En este libro se presenta un recorrido desde el origen de las universidades europeas hasta las del presente y nos invita a recuperar lo valioso de aquellas remotas épocas pero despojadas de las ataduras que le fueron impuestas por los poderes existentes. Las universidades, dirá Piñón muchas veces, como para que no se nos olvide, deben ser como los intelectuales: libres, incluso si no se oponen al poder, y comprometidas con el pasado, el presente y el futuro de las sociedades en las que sirven.
Para evitar equívocos, el autor nos recuerda que Universidad viene de Universitas, es decir lo que toma en cuenta lo universal o, de otra manera, la que aprehende la totalidad de los saberes, la diversidad de las culturas sin reducirlos a modelos simplificados ni mucho menos a un determinado marco ideológico, filosófico, político. Pero, aclara, debe buscarse que lo universal se subraye, se enfatice, pero sin aniquilar lo individual, con lo que da ya un indicio de su preocupación por la comunidad pero también por los individuos dentro o fuera de la comunidad. Algo así como decir que no hay todo sin partes pero éstas no deben imponerse sobre la totalidad. Y es así que más adelante dirá: “La universidad no puede ni debe estar aislada de un entorno social o estatal… Debe ser… para la sociedad, no exclusivamente para satisfacer los deseos, ‘individualistas’, de sus profesores.” Es decir, los profesores, como individuos, cuentan pero éstos no deben subordinarse al todo, a la universidad ni al revés: la universidad no debe subordinarse a los individuos ni a los grupos de interés que en ella laboran. Y algo semejante se diría —lo dice— del gobierno de las universidades y de sus planes de estudio: así como no deben subordinarse a individuos o grupos de interés en su interior, tampoco deben subordinarse a las fuerzas dominantes de un país ni convertirse en fábricas de conocimiento para las necesidades del mercado o del Estado, muchos menos para las necesidades del gobierno. De aquí la importancia de la autonomía, de la que también habla, y que comienza con la libertad de cátedra e investigación pero también con un gobierno propio.
La universidad, nos dice en otra parte, no debe cerrarse a las muchas vertientes de conocimiento y de las ciencias, puesto que su horizonte natural está hecho, sobre todo, de preguntas. La universidad debe ser recreadora de cultura. Y dice Piñón: “Es ahí, en la Universidad”, donde el saber, todo saber, debe cuestionarse. Porque ninguno puede ser sacralizado. La misma ciencia tiene que llevar ante sus tribunales, de la verificación y de la demostración, sus propios logros, resultados. Y cuestionarlos en orden a las preguntas que todo científico, de hecho, se propone.” Aun así, el autor no cae en la ingenuidad de pensar al hombre libre de ataduras y de intereses, ni siquiera el científico aparentemente entregado a su laboratorio. Y dice así: “los científicos… padecen lo que todo hombre lleva a cuestas: la posibilidad de equivocarse [y] la muy humana inclinación a camuflar sus intereses.” La inclinación a camuflar sus intereses no es ajena a la actividad científica, como bien sabemos. ¿Cuántos casos no conocemos de científicos que invierten sus recursos especializados en probar lo que una empresa o un gobierno quieren que comprueben? En estos casos, que son más comunes de lo que siquiera podemos imaginar, se enmascaran los estudios o investigaciones con un lenguaje y un método científicos y se publican en revistas científicas para darles todavía más realce. Igual que hablamos de científicos, de cualquier ciencia, podemos extender el concepto a las universidades, sobre todo a las universidades privadas que en nuestro medio, además de ser grandes negocios por sí mismas, sirven de fábricas de conocimiento dirigido a quienes las pagan, sean empresas o gobiernos.
Y aquí, la autonomía en su apellido, como cierto tecnológico ubicado no muy lejos de Ciudad Universitaria, no es sino un pretexto para defenderse, mediante su propio gobierno, de los vaivenes que pueda dar la política en el país y, por lo tanto de la orientación que un momento dado pueda tener el gobierno en turno.
Francisco Piñón dice que “no podemos huir de la libertad. Ni negarla, ni maniatarla. Ni controlarla. Sería ir en contra de la esencia más íntima y más importante de la institución universitaria. Porque es la libertad, en el conocimiento y estudio de todos los saberes, donde radica la esencialidad del quehacer de eso que llamamos Universidad.”
Pero hay universidades, o más bien tecnológicos, que la usan para venderse al mejor postor, para eso quieren su libertad, y aunque el autor no lo dice con todas sus letras está presente en el cuerpo de su texto en el que insiste en la eticidad de las instituciones y de quienes las conforman, en la altísima responsabilidad de crear, recrear y difundir el conocimiento, pero no cualquier conocimiento, sino el conocimiento universal, plural, no dogmático y libre de ataduras y de subordinaciones. Y más adelante nos dice que la universidad debe ser una casa abierta a todos los saberes, a todas las inquietudes, vivero de todos los conocimientos.
La universidad es un producto social y cultural, pero no por ello debe encerrarse en las formas asumidas por la sociedad, que normalmente son las formas de quienes las imponen al resto, ni tampoco en la cultura que tampoco escapa de las formas de dominación (hay cultura dominante, como bien se sabe). De aquí que el autor introduzca un pero más que pertinente: “Pero estar dentro de una determinada cultura no debe significar quedarse encerrado en ella, o pretender que sus valores sean los únicos y que no tengan posibilidad de cambios.” Con lo que nos está sugiriendo 1) que la universidad no debe ser atrapada por el medio ni el momento en que vive, y 2) que puede, quizá debe, ser motor de cambio precisamente porque crea y recrea sabiduría para todos los que quieran conocerla, comenzando por sus profesores y estudiantes. Pero incluso así, nos advierte, la universidad “no está por encima ni fuera de la sociedad. Está determinada por sus condiciones de vida materiales, por sus agentes intelectuales, por todo su entorno de vida espiritual.” Dicho de otra manera, la universidad influye en la sociedad pero ésta influye en aquélla; es por lo tanto “productora y producto de su cultura”.
Por lo anterior, y otros factores que largo sería mencionar, la universidad siempre asediada por los ámbitos de poder y por grupos políticos, con brazos ocultos o evidentes, no es ni ha sido en todo momento lo que debiera ser de acuerdo a sus más caras tradiciones. De donde cobra enorme importancia las siguientes preguntas que nos hace el autor: “¿En dónde, y cómo —diría Dante— perdimos el rumbo? ¿Cómo fue que nuestra Universidad, pública y privada, se perdió en los laberintos del poder o quedó encerrada, por lo general, en los proyectos de una sociedad consumista, en la mera ciencia-técnica sin eticidad o en exclusivos feudos de economicismos o grupos de poder, camuflados, muchas veces, bajo conceptos de academia, esa que de excelencia esconde (no siempre, por fortuna) la selectividad anti-social y el anti-humanismo?”
Estas preguntas, que nos harían perder la esperanza de que la Universidad conserve todavía ciertos rasgos de la universidad clásica y donde se sigan enseñando y produciendo saberes plurales y diversos, universales, pues, no tienen una respuesta pesimista. El llamado espíritu universitario, al que recurrimos cuando queremos resolver una disputa de cualquier índole, termina por imponerse porque todos sabemos que la Universidad debe estar por encima de todo tipo de pensamiento único y de imposiciones del conocimiento, sean políticas, dogmáticas, o simplemente de afanes de dominación. Muchas crisis han sufrido nuestras universidades, la UNAM entre ellas, pero hemos salido adelante sin claudicar en sus principios, los sabidos y los intuidos.
Este libro que comentamos es un llamado a la reflexión sobre nuestras Universidades, las que se escriben con mayúscula inicial, y también una advertencia sobre los peligros que corren si no cobramos conciencia de su papel histórico y de nuestra responsabilidad en ellas.
El recorrido filosófico y político que hace el autor en esta obra es enormemente rico en ideas y análisis. Nos revela lo que son, aunque sea en parte, nuestras Universidades, con y sin mayúscula inicial, pero también nos da herramientas para preservarlas en su esencia y en su función. Quizá porque aquí estamos y porque somos orgullosamente universitarios, Piñón nos dice al final que la Universidad tiene las herramientas para sortear cualquier crisis con las armas que le son propias, y nos menciona algunas que no cito pues es parte del misterio de todo libro, de éste en particular.