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viernes, 13 de enero de 2012

LA ESTELA DE LUZ




Octavio Rodríguez Araujo [1]

No conozco, y probablemente no llegue a conocer, la famosa Estela de Luz. Tengo la fortuna de no vivir en la ciudad de México y es muy raro que pase de Miguel Ángel de Quevedo hacia el norte. Vista en fotografías (Internet y televisión), no me gusta. Parece un edificio angosto lleno de ventanas que se prenden por momentos, unas, otras o en su totalidad. La luz que irradian esas ventanas es semejante a la de un edificio de oficinas con vidrios cubiertos en su interior por persianas enrollables opacas, o de esas con pequeños orificios que dejan pasar la luz del día. Desconozco si en alguna parte de esa construcción hay un mirador o un restaurante, si tiene elevadores y si valdría la pena que los tuviera. No es muy alta. La Torre Eiffel es tres veces más alta, consta de dos elevadores y tiene varios miradores y restaurantes. La Eiffel sirve para algo, además de ser un símbolo: es también torre de transmisión de radio y televisión. La Estela de Luz, que yo sepa, no sirve para nada, y habría que ver si se asume como símbolo y de qué.

La torre parisina, por cierto, costó arriba de 8 millones de francos de esa época, probablemente más que la Estela de Luz, pero desde el principio, sólo por el precio de acceso a la torre, su costo fue amortizado en muy poco tiempo. Para dar una idea del número de sus visitantes, en 2007 recibió casi 7 millones de turistas (el monumento más visitado del mundo) y su precio de acceso va de 4.20 a 11 euros (de 73 a 191 pesos mexicanos), por lo que recaudó sólo ese año más de 700 millones de pesos.

A mí me gusta mucho la Torre Eiffel y cuando viajaba la visité varias veces, pero cuando se construyó tuvo muchas críticas, entre otras que no servía para nada y que no tenía nada que hacer en París. Sin embargo, el espacio arquitectónico en que está situada es magnífico por cualquier lado que se le vea y muchos de sus críticos terminaron por admirarla. Por algo se convirtió en el símbolo no sólo de la capital de Francia sino de ese país. No creo que ocurra lo mismo con la Estela de Luz, que ni siquiera es el edificio más alto de la ciudad de México. La Torre Mayor es del doble de altura, la de Pemex y el World Trade Center también. La rebasan en altura incluso la vieja Torre Latinoamericana (1956) y los más nuevos El Pantalón y la Torre Altus. Todos estos edificios, dicho sea de paso, sirven para algo: oficinas, negocios, restaurantes, etcétera.

Al igual que la Torre Eiffel, la Estela de Luz –por lo menos una de sus caras– conmemora un centenario: la Revolución Francesa, la primera, y la Revolución Mexicana la segunda. La otra cara de la Estela de Luz conmemora los 200 años de la Independencia. No sé si en la construcción de la torre francesa hubo fraude y si alguien se robó dinero, pero sí sabemos, según el Colegio Mexicano de Ingenieros, que la Estela de Luz debió costar poco menos de la mitad, incluidos los cambios que se le hicieron sobre la marcha. Este dato ha propiciado que mucha gente haya comenzado a llamarle la Torre de la Corrupción. De esto no habló Felipe Calderón cuando fue inaugurada por sorpresa, supongo que para evitar gritos de protesta que empañaran el acto y la música de terror que se interpretó para la ocasión.

No quiero parecer crítico de la Estela de Luz, pues muchos de los críticos de la Torre Eiffel, algunos muy famosos en Francia y en el mundo, fueron rebasados por la importancia icónica (ésta sí) de la torre de hierro y por las ganancias que le brinda a París por el turismo. Pero tengo la sospecha de que dentro de 50 años, a diferencia de la Eiffel, la Estela de Luz no se reivindicará con nadie y que los mexicanos no lograrán convertirla, ni con buena fe, en un icono de nuestra nación independiente, y menos si tenemos la mala suerte de que continúen en el poder los gobiernos vendepatrias que hemos padecido en los últimos 25 o 30 años.

La noche de la inauguración, que pudimos ver en televisión, yo esperaba que hubiera alguna explicación de, por lo menos, el significado de que Calderón y su esposa tocaran con las manos uno de los rectángulos de cuarzo. Pareció, en la imagen, como si ese rectángulo se fuera iluminando poco a poco por el contacto de las manos de la pareja. Pero luego que vi que se iluminaron otros más y que nadie alcanzaría los de más arriba, entendí que el contacto manual fue sólo un acto de magia como el del chiste del gallego que aplaude y se abren las puertas automáticas de un banco. ¿Se prenden por el sonido de la música? Parece que tampoco. Cero explicaciones. Un misterio más para los que no hemos tenido la fortuna de seguir día a día la planeación, la construcción y la reconstrucción de esa torre inútil y costosa.

Para mí, ignorante de este tipo de símbolos arquitectónicos y estériles, la Estela de Luz me recordará, cada vez que la vea en fotografía o que lea sobre ella, a un gobernante que ha puesto de cabeza al país y que ha derramado la sangre de más de 60 mil mexicanos. ¿Habrá cuarzo rojo o sólo el amarillento opaco que se usó? Rojo hubiera sido más emblemático... y realista.

http://rodriguezaraujo.unam.mx



[1] [1] El Doctor Octavio Rodríguez Araujo es catedrático de la UNAM y uno de los politólogos más reconocidos en América Latina y colaborador voluntario y cotidiano de nuestra web. Para todo normalista que desee abrevar en la Ciencia Política de manera seria, nuestro amigo es una fuente imprescindible. Su web es: http://www.rodriguezaraujo.unam.mx/enlaces.html