Escrito por Octavio Rodríguez Araujo [1]
Mi vida en La Jornada está ligada, en primer lugar, a Carlos Payán, y comenzó en unomásuno.
Diez días después de haberse fundado unomásuno fui a ver a Jorge Hernández Campos, coordinador editorial de ese periódico. Le manifesté mi interés de colaborar con el nuevo diario y, para no hacer larga la historia, me dijo que no. Recorrí los pasillos con un amigo que ahí laboraba y me encontré a Payán. ¿Qué haces aquí?, me preguntó, y le conté mi entrevista con Jorge. A ver, escribe un editorial sobre las declaraciones de Fidel Velázquez. Usa esta máquina, y me señaló una Olympia nueva sobre un escritorio también nuevo. Recordé la diferencia entre un editorial y un artículo, y después de varios intentos y no pocas hojas que arrugaba para tirarlas en la papelera, terminé lo que según yo era un editorial sobre el dirigente de la CTM. Te quedas, me dijo Carlos después de leer mi texto, y yo le pregunté si no se molestaría Jorge. Sí, puede ser, pero yo soy el subdirector.
Fueron días intensos de noviembre y diciembre de 1977. Yo hacía los editoriales nacionales (no los internacionales), artículos con mi nombre y otros con seudónimo. Faltaban colaboradores. Salía del periódico a las 2 o 3 de la madrugada, y así diariamente; luego, cuatro veces a la semana, luego los martes y los domingos, y finalmente sólo los domingos. Por el trato diario con otros articulistas, reporteros y moneros hice muy buenas amistades que todavía frecuento.
Por ahí de 1983, Carlos Payán me dijo que dejaría unomásuno, que había problemas con Manuel Becerra Acosta, su director y propietario, y yo le dije que, aunque no tenía ningún problema con Manuel, también me saldría por la sencilla razón de que yo estaba ahí por él, el subdirector. Y así lo dije en mi carta de renuncia.
Surgió la idea de otro proyecto, distinto a unomásuno. Para empezar, no sería una empresa de una sola persona, sino de los fundadores. Cada uno de nosotros, creo que 160, pondría cierta cantidad de dinero que nos haría socios ordinarios de La Jornada. Y, además, se invitaría a la sociedad a colaborar con aportaciones según las posibilidades de cada quien. Se convocó a una gran reunión en lo que ahora es el World Trade Center, y la gente desbordó el lugar. Había mesas para vender acciones, las llamadas preferentes (que tienen voz, pero no voto), y Lilia Rosbach y yo fungimos como tesoreros. Tal vez esté olvidando a alguien más. En las oficinas de un amigo mío en el ex Hotel de México, Javier Sánchez Campuzano, contamos el dinero recaudado; era más de lo que habíamos imaginado, pero los recursos económicos, como lo supimos después, nunca son suficientes para una empresa de ese tipo. Muchos pintores donaron parte de sus obras para que fueran vendidas y crecieran los fondos. Así nacimos, y en la calle de Balderas, en un bello y viejo edificio (alquilado en parte), comenzamos con los números cero y luego el número uno y los siguientes a partir del 19 de septiembre de 1984. Ahora hasta edificio tenemos.
De los convocantes, varios han muerto o se fueron a otros periódicos. En toda sociedad, como en las familias, no todos piensan de manera similar y hubo rompimientos, pero nos quedamos muchos que largo sería mencionar. Y llegaron otros.
El director fundador fue, obviamente, Payán. Y ahora contamos con Carmen Lira en el cargo. Ambos han hecho de La Jornada un periódico independiente tanto de los llamados poderes fácticos como de los varios gobiernos que le han tocado al país desde entonces. El diario ha sido atacado, criticado y hasta saboteado, pero aquí seguimos con el mismo ímpetu de hace poco más de 27 años, aunque más viejos. Nunca, hasta donde yo recuerde, se pretendió que fuera un periódico de izquierda, no al menos ligado a algún partido político, aunque buena parte de su personal tenga más simpatías con las izquierdas que con las derechas. Aprendimos, algunos desde antes de 1984, que la pluralidad había llegado a México para quedarse y que un periódico no sería independiente si estuviera atado a una corriente particular de pensamiento, a un partido o a un grupo empresarial o gubernamental. Su línea editorial, hasta donde la entiendo, es progresista, así dicho pese a la imprecisión del término. Y gracias a esta línea es que se ha convertido en un referente incluso para la derecha, tanto nacional como extranjera, porque sí, se lee en México, pero también en muchos otros países, gracias también a los medios electrónicos de comunicación que han venido avanzando como nunca los imaginamos cuando nos propusimos ser un nuevo diario.
Parece mentira, pero cuando uno ve hacia atrás y cuenta los años de trabajo, pareciera que fue ayer. Pero ha corrido mucha tinta y miles y miles de hojas de papel. Calculo que a la fecha he publicado más de mil 300 artículos en La Jornada y lo mismo podrán decir otros muchos que sobrevivimos y seguimos en sus páginas. Es curioso, pero supongo que numerosos lectores no saben el esfuerzo que significa sacar un periódico todos los días, llueva o truene, por tantos años. Carlos Payán y Carmen Lira, como capitanes de un barco, mucho tendrían que contar sobre las dificultades de conducirnos a todos en medio de tormentas, tsunamis, aguas nunca tranquilas como son las que vivimos en un mundo del que a veces, como Mafalda, quisiéramos bajarnos. Mi respeto y amistad para ellos y para muchos más que han sido mis compañeros de aventura y pilares del periódico. No cito a todos los que más aprecio en La Jornada porque corro el riesgo de omitir a alguien y esto no me lo perdonaría. Pero ellos lo saben.
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[1] El Doctor Octavio Rodríguez Araujo, es catedrático de la UNAM y uno de los politólogos más reconocidos en América Latina y colaborador voluntario y cotidiano de nuestra web. Para todo normalista que desee abrevar en la Ciencia Política de manera seria, nuestro amigo es una fuente imprescindible. Su web es: http://www.rodriguezaraujo.unam.mx/enlaces.html