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lunes, 5 de noviembre de 2012

REFLEXIONES ACERCA DE LA EDUCACIÓN ÉTICA Y CIUDADANA.



LO ÉTICO, LO ESTÉTICO Y LO PATÉTICO EN LA ESCUELA...[1]
Alfredo Villegas Ortega  [2]
Desde 1999, la enseñanza de la ética tiene un lugar en los programas de educación secundaria. La Formación Cívica y Ética significó un aire renovador e interesante ante los tradicionales programas de civismo y educación cívica con los que fuimos educados varias generaciones. El aire renovador no cumplió, a cabalidad sus expectativas, aunque es cierto que algo ayudó para modificar la concepción de ciudadanos estándares, ejemplares y responsables que se formaban bajo el paradigma de la educación cívica o el civismo. ¿Por qué afirmó que ‘algo ayudó’, cuando debiera ser, para muchos, un ideal alcanzable, la formación de ciudadanos responsables? Porque se confundía la educación ciudadana con la adopción de cánones de conducta, en ocasiones, muy cuestionables. Se pensaba, aún hoy se sigue haciendo, que un buen estudiante de secundaria debe obedecer, formarse, cortarse el pelo, traer el uniforme, cumplir con sus tareas, llegar temprano, saberse los artículos básicos de la Constitución, aprenderse los Derechos Humanos…Muy bien, ¿a partir de qué o de quién? ¿Qué determina que el mero acatamiento de disposiciones unilaterales, —por buenas que resultaran algunas de ellas— o el simple aprendizaje de contenidos —también, por muy interesantes que sean—sirve para promover futuros ciudadanos, capaces de integrarse a la sociedad y tomar decisiones personales y colectivas que pueden ser cruciales para el desarrollo de ambas esferas?
La incorporación de la dimensión ética, tenía (no lo ha logrado; se ha ahogado en la inercia institucional de las escuelas secundarias y, a veces, en la incompetencia para traducir sus verdaderos alcances) como propósito rescatar al ser humano, al individuo y ponerlo, al menos, a la par del ciudadano. Un ciudadano funciona, se integra, respeta, promueve y, en ocasiones, es parte de la transformación necesaria de la sociedad. Pero un individuo, o más, un ser humano —categoría superior a la de ciudadano— antes de adquirir cualquier carta de identidad, es un ser que siente y proyecta sueños; tiene una dignidad inalienable, única; piensa, cuestiona su propio ser y luego, sí, se integra socialmente.
La dimensión ética supone un horizonte moral de actuación. No puede quedar en contenidos éticos e incluso en meras reflexiones. La verdadera educación ética busca un cambio en la formación moral, acaso la suprema búsqueda de la verdadera condición humana. Somos humanos porque razonamos, porque vivimos en sociedad, porque somos animales políticos, porque poseemos lenguaje, porque reímos, porque tenemos noción de pasado, presente y futuro, porque transformamos nuestro entorno natural….Sí, pero ante todo, somos humanos porque somos morales, porque tenemos concepciones del bien y del mal, porque nos responsabilizamos de nuestros actos. Responsabilidad es responder por nuestros actos. Responsabilidad es una condición moral inaplazable, tan necesaria como la libertad que la hace posible. Un ser responde por sus actos que ha hecho de manera libre. Esa libertad, pues, muchas veces desplazada del espacio áulico es inherente, antes que al ciudadano, al ser humano. Debemos enseñar a vivir en libertad a nuestros jóvenes y a responder por sus actos. Antes que coerciones o castigos, debe haber acuerdos, pensamientos, reflexiones, deliberaciones, compromisos mutuos que se traduzcan en actos congruentes de maestros y sus alumnos. Sólo podemos exigirle responsabilidad a quien puede actuar en libertad. El acto moral se mueve, pues, entre esa libertad para actuar y esa responsabilidad para asumir las consecuencias o alcances de los actos. Los demás valores: Justicia, equidad, tolerancia, solidaridad, igualdad… se inscriben en la moral o en la reflexión ética de los actos, a partir de esas dos condiciones necesarias para validarlos. Lo bueno o lo malo no son dictámenes de una sociedad mayor o ilustrada. El acto moral ha de ser producto de una verdadera dialéctica de sentidos, compromisos y acciones cotidianas en el aula. Lo demás es imponer una visión del mundo. La educación en valores, como tal, puede convertirse en una verdadera alienación de las conciencias, lo que puede dar lugar a seres acríticos, dóciles, obedientes. Si la educación cívica tuvo sus tentaciones castrenses al imponer códigos disciplinarios indisputables, la educación en valores, como parte de la formación ética, no puede castrar al individuo de su libertad. No se puede educar en valores con una tentación evangélica: “Haz el bien y no cuestiones. Esto es lo bueno. Aquello es lo malo”. Educar en valores es educar a pensar el mundo, a pensar el propio ser, a pensar en el otro. Es educar para integrarse y funcionar, sí, pero también es educar para la vida, para sentirla, para cuestionarla, para defenderla, para transformarla si es necesario.



[1] Publicado en Revista electrónica “Pálido Punto de Luz…”  LO ÉTICO, LO ESTÉTICO Y LO PATÉTICO EN LA ESCUELA.
[2] Maestro de la Escuela Normal Superior de México de la Especialidad de Formación Cívica y ética, turno vespertino.